Los almacenes no solo albergan mercancías. El polvo, la suciedad y las partículas nocivas son más la norma que la excepción para las empresas de gestión logística. Además del tráfico de camiones, otras fuentes de polvo son la manipulación de mercancías, las máquinas clasificadoras, el polvo de la calle y la contaminación atmosférica y el polen. Las bacterias, el polvo, los virus y las partículas nocivas presentes en el aire pueden provocar picor en los ojos, dolores de cabeza, congestión nasal y pueden dar lugar a asma e irritación de las vías respiratorias.
Un control deficiente de la calidad del aire interior también puede afectar a los productos almacenados en las naves. Con el movimiento diario de las existencias, los componentes almacenados y otros artículos acumulan polvo rápidamente. Esto puede suponer un riesgo de daños cuando los componentes se someten a un procesamiento posterior e incluso reducir el rendimiento de la producción.
Además, es fundamental proteger las cintas transportadoras y las zonas de embalaje de estos contaminantes para garantizar un funcionamiento fluido. Igualmente importante es proteger las zonas sensibles, como los almacenes robotizados, que dependen de sensores ópticos para su funcionamiento. Estas zonas de alta tecnología requieren medidas estrictas contra la interferencia de partículas para mantener un rendimiento óptimo.